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sábado, 5 de mayo de 2012

EL CÍRCULO DE PALO SANTO


                           
 Irse de Palo Santo no era una opción. Nunca lo fue, ni tan siquiera albergó los favores de la ambigüedad; fue, sin objeciones medievales, una sentencia inapelable; el dictamen de un destino que, en pieles de verdugo, vino a darme la extremaunción a los nueve años, mirándome fijo a los ojos y venciéndome.
Dos días después de haber cerrado el aserradero, mi papá sin trabajo y yo, envuelto en una fiebre, nos embarcamos en un tren a Buenos Aires, dejando atrás a mamá y a la pequeña Vera en casa del tío Osvaldo que era policía… o algo así. Antes de partir quedó mezclándose en el aire de Palo Santo, la promesa de que a más tardar un año si las cosas marchaban bien...Nos abrazamos todos y entre lágrimas partimos.
El tedio nos acompañó hasta Rosario y a partir de allí, la inercia con la que se contempla todo lo nuevo o lo urgente.
 En Retiro nos esperaba Mario, hermano mayor de mamá. Su hospitalidad fue casi oriental; la austeridad en el trato y un mal humor que nunca se molestó en disimular, no fueron razones suficientes para no tener de él otra  impresión que la de un buen hombre.
La Puerta Del Sol” era una optimista casa de comidas en Palermo Viejo, cuyas empanadas criollas constituían una verdadera obra de culto; en cuanto papá contribuyó en la cocina de las devociones, nos mudamos a un hotel que si bien no era el palacio de Nabucodonosor, había entre ellos cierto aire de contemporaneidad.
Todo sucedía en una forma vertiginosa y favorable; y así se lo hicimos saber a mamá mediante una carta que no tardó en responder y en la que intentaba convencernos de que ella también se encontraba bien, salvo por la pequeña Vera, cuyos ojos conservaban aún la tristeza de la despedida... En una segunda o tercer carta, mamá comenzó a darnos a entender que no estaría dispuesta a enrocar el sereno brillo de las estrellas de Palo Santo por el crepitar de los neones de Buenos Aires; ni a negociar sus siestas y pacientes ocasos por el rumor obstinado de una ciudad que nunca duerme.
Fue entonces que papá entendió que el nuestro había sido un viaje de ida solamente. Ya el Nabucodonosor la aguardaría en vano; ya Palermo se aprestaría lujurioso a enamorarlo con las damas de sus bares; a albergarlo en sus calles y  bajo sus cielos; a perdonarle todos los pecados y desaires humanos y a consentirle la noche... En cuanto a mí, sentía partírseme la vida como el hielo delgado.
Dos años pasaron a la velocidad de uno. La idea de iniciar mis estudios secundarios en Palo Santo había hecho nido en mis pensamientos; más, cuando ésos pensamientos ya eran una decisión, nos llegó desde el pueblo una noticia que nos congeló el alma: un fuego en la madrugada había acabado con la casa y la vida de mamá y la pequeña Vera; también con la del tío Osvaldo... Nadie supo cómo se inició; todo el pueblo se fundió en la confusión. Pero las cenizas eran certeras.
Papá me dio la noticia sentado en el borde de su cama y con la  mirada  extraviada en el empapelado floreado; las manos sobre su cabeza bajaron lentamente hasta cubrir sus ojos, permaneciendo así un largo rato. Una penumbra rembrandtesca se había apoderado del cuarto y de nuestro ánimo; como un residente sombrío, el terrible sentimiento de la culpa  le había ganado el alma. Jamás volví a ver a un hombre llorar con tanto desgarro.
 Hubo noches en que el reproche devoró sus silencios y madrugadas anárquicas que dinamitaron sus temores; así fue que decidió dejar todo el asunto en manos del alcohol. Yo, menos pragmático, comencé a cuestionarme nociones de orden religioso, verbigracia: si no es éste un Universo piloto, un gran simulacro cósmico en el que Dios está ensayando su divinidad... Hay muchas, demasiadas cosas sin explicación…
 Cierta noche tuve el siguiente sueño: " Un hombre muy viejo pero de aspecto jovial, de ojos grises intensificados hasta un azul crepuscular, me negaba la posibilidad de viajar a través del tiempo y cambiar los hechos; sin embargo, se ofrecía a distraer por un instante al guardián del Gran Libro que contiene todos los recuerdos de los niños, para permitirme volver a la tarde de la despedida en Palo Santo, y quedarme con la página de aquel abrazo". Cuando desperté en la mañana ya no me dolía el alma, ni le temía a la oscuridad  ni a quedarme solo. Y había una lágrima dulce en mis labios y un "relámpago triste" en mis ojos que ahora, miraban como los de un hombre.
Los días ulteriores encapsularon la realidad. Los tiempos libres los consagré al estudio que concilia al arte con mi pasión por los animales: la taxidermia.  Terminé el secundario y ensayé un terciario, pero papá enfermó y tuve que ayudarlo en la cocina de la  "mística” casa de comidas; fue entonces, cambiar un uniforme por otro. Mas, cuando los días se parecían a una postal del purgatorio y se enredaban los otoños en mis rodillas, y arrastraba todo ese tedio hacia un cadalso lunático, mi vida se puso de pie para recibir ésa extraordinaria noticia que de boca en boca recorre el Universo; ésa gran razón por la cual decidimos traspasar el umbral divino y nacer: el amor.
Silvia me rescató cuando el año aún es joven; era rubia, de rasgos finos y mirada pacífica. De una ternura casi pueril, su voz y sus silencios pertenecían al rumor de los acantilados.
Nos gustaba caminar los días en que el viento, de mal carácter, nos vedaba el paseo sólo porque interrumpíamos sus ráfagas con nuestros besos. Nos tatuamos el alma con la misma tinta que usan sabios y poetas en sus artes y por supuesto, nos juramos amor eterno...
Siete años tardó mi estupidez en arruinarlo todo: mi imbecilidad la provocó hasta el abandono. Nos habíamos amado tan dolorosamente que luego de presenciar su irremediable ausencia, volví al fango escéptico a mirar desde allí mi vida, de la misma forma en que un ateo disfrutaría de un acto de magia.
Recuerdo que Dante al quedarse sin Beatriz halló consolación en la "donna gentil": la filosofía; yo, inmensamente menos noble en mi actitud, me dediqué al estudio de la fisonomía femenina, recorriendo ésa clase de bares que existen en todas partes. Encontré un rápido reparo en los brazos de Laura, un ángel de rasgos aindiados y ondulado castaño claro. Era cinco o seis años menor que yo. Sostuvimos desde el primer momento un acuerdo implícito que vedaba las preguntas sobre sendos pasados; ya por improbable, ya por no importar... Sólo conjugábamos el presente perfecto.
A veces, después del propicio cruce de nuestros cuerpos, me dejaba asomar a su mundo a través de sus inacabables ojos; ella pensaba que todos, sin excepción, en algún momento de nuestras vidas, en algún sentido nos prostituíamos o manteníamos una estrecha relación con dicho arte; no necesariamente de forma carnal, no en el sentido taxativo: una jueza corrupta no es una prostituta, pero sostiene un parentesco directo... Así, me fue convirtiendo en un habitué de sus caricias y en cada noche al azar que la visité, pareció estar esperándome.

La salud de papá empeoró y me tuve que ocupar de las gestas milagrosas de la cocina en "La Puerta del Sol"; había días en las que apenas si podía levantarse de la cama. Yo escuché pacientemente los  diagnósticos de los médicos, pero las verdaderas dolencias que afligían a  mi padre, las conocía yo únicamente: él no pudo superar nunca la tragedia que nos dejó sin mamá y la pequeña Vera; la pena provocó un tumor culposo en su alma y su conciencia; luego, no supo hallar jamás un lugar en ésta ciudad: Buenos Aires le fue insondable desde un principio y obstinadamente indiferente, lo que laceró como una úlcera, su espíritu provinciano.
Finalmente, una mujer que había despertado un poco de amor en él, lo abandonó a causa de sus estrechas relaciones con la bebida, perpetrando en su corazón una cirrosis terminal.
     Una tarde de Junio, Dios decidió que había llegado el momento de darle a conocer a mi papá El Gran Secreto; entonces, no hubo ya más misterios para él y yo, me quedé solo. Solo como no había estado nunca ni me había sentido jamás; solo en la pobreza cosmopolita de las calles de una ciudad  malhablada; interrumpiendo la  incoherencia de sus esquinas; solo en la insolente soledad de mis silencios.

Fueron aquellos días, ecos de asombros y preguntas; me asomé a algunos libros en los que descubrí el tiempo circular, y que  me dejaron  en la puerta de unas vagas reflexiones: Si toda vida es, singularmente un viaje, todo debe tener su conclusión de manera natural y en el origen mismo del vertiginoso periplo; desatendiendo cualquier capricho temporal. Nada debe quedar abierto ni librado al azar, pues éste es a su vez esquivo y propende a que el hombre equivoque su sino... Todo esto albergó la idea de volver a Palo Santo a cerrar el círculo que había empezado (supuestamente) a dibujarse el día de la partida.
Cierta noche, que no me hará el favor de borrarse mientras viva, juzgué impostergable la compañía de Laura, mi amante filosófica; así que me encaminé  hacia "El Refugio" (así habían acertado en nombrar al lugar).
"- No trabaja más acá -" me dijeron al llegar, y me invadió la misma sensación que se tiene al terminar un buen libro. Para mi suerte, una leal compañera se acercó y en voz muy baja  me dijo:
"- Laura se abrió su propio local, acá tenés -" y me extendió un papel con una dirección. Tomé unas copas con ella y me fui.
Provocado por la calidez de la noche, decidí ir caminando. Laura me recibió en un segundo piso; sirvió whisky y café. Bruscamente le referí lo ocurrido con mi papá y, lejos de molestarse, dijo en complicidad:
"- Cuando era muy chica, mi papá nos abandonó...-". Me acomodé en el sillón vislumbrando la revelación de un secreto. Continuó así:
"- Mi mamá no pudo con el alquiler y nos tuvimos que quedar en la casa de un tío que resultó ser un verdadero hijo de puta.  Al poco tiempo de vivir en su casa, empezó a abusar de mí; mamá no quiso oírme y descreyó absolutamente de todo. Mi tío era policía… o algo así, por lo que todos lo respetaban o le temían".
Laura suspiró,  tomó de un sólo trago lo que quedaba de whisky y luego con ambas manos en el vaso, alzó la mirada y  sentenció:
"- Una noche, la casa se incendió -". Empalidecí. "Mamá y el tío murieron en el fuego y en la misma habitación, lo que confirmó mis sospechas de que eran amantes. Yo pude escapar y me quedé en lo de una vecina que me dijo que era mejor que me creyeran muerta a mí también, de lo contrario me mandarían a un asilo de menores. Obviamente nunca encontraron mi cuerpo, pero era un pueblo en el que nadie anda haciendo demasiadas preguntas".
Teniendo el estómago a veinte centímetros de la glotis, sentí la urgencia de irme. Pero antes, presencié el final:
-Cuando cumplí los diez años, María mi vecina, me envió a una quinta en las afueras; allí crecí junto con otras chicas de mi edad. Recibí poca o ninguna educación y si bien no fui feliz,  al menos ya nadie volvió a abusar de mí. Cuando terminé de crecer, me adiestraron para ofrecer lo que hoy ofrezco… No tuve niñez ni santidad, y alguien ahora se está quedando con mi libertad”.
No recuerdo haber bajado las escaleras y creo que me fui sin saludar. Aquel pacto sobre silencios de pasados había quedado disuelto como el azúcar en el café, o el bermellón de un cielo después de una tormenta. Afuera, una llovizna fue devolviéndome uno a uno los sentidos; dos cuadras adelante, un árbol me maldijo por el vómito. Aun tenso pero calmo, visité en ésa cárcel accidental que es la memoria, cada palabra pronunciada en la horrorosa noche: sentí una repulsión feroz por el tío Osvaldo, y una inmensa pena por Laura y la pequeña Vera. Para ellas tampoco fue una opción irse de Palo Santo.
No era casual entonces que nos hallásemos encontrado pero ¿por qué bajo éstas formas y éstos tratos? ¿Qué clase de oprobioso fin nos tenía reservado el caprichoso círculo? Supuse que las respuestas las hallaría una vez bajo tierra.
 Anduve con el pulso errante entre las últimas sombras que sortea la noche y las primeras que regala la alborada. Finalmente, desfallecí en un banco de Plaza Irlanda; recuerdo que mi último pensamiento (o quizás el primer sueño) fue el de ir a Palo Santo a cerrar el inefable círculo.
Cuando desperté, me hallé envuelto en una fiebre, dos días después de haber cerrado el aserradero.





2 comentarios:

  1. Felicitaciones Daniel!!!! ver este blog y volver a leer este cuento me dió mucha alegría! Un abrazo

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  2. Sr Daniel Coletta

    Leí con atención "El círculo de Palo Santo" y me ha parecido magnífico como cuento y como relato. Tiene usted una poderosa manera de retener al lector con atención y cuidado. Ha fijado una trama que todos podemos comprender porque es verosímil, a cualquiera le podrían suceder las cosas que refiere aunque algunos accidentes reyen lo fantástico; pero ¿quién no ha sido testigo de cosas peores?
    Ahora, el blog promete ensayos literarios y no hallé ninguno. Sería interesante leer algún estudio crítico sobre algún autor/a u obras.
    Cordiales saludos
    Alejandro Bovino

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