Irse
de Palo Santo no era una opción. Nunca lo fue, ni tan siquiera
albergó los favores de la ambigüedad; fue, sin objeciones
medievales, una sentencia inapelable; el dictamen de un destino que,
en pieles de verdugo, vino a darme la extremaunción a los nueve
años, mirándome fijo a los ojos y venciéndome.
Dos
días después de haber cerrado el aserradero, mi papá sin trabajo y
yo, envuelto en una fiebre, nos embarcamos en un tren a Buenos Aires,
dejando atrás a mamá y a la pequeña Vera en casa del tío Osvaldo
que era policía… o algo así. Antes de partir quedó mezclándose
en el aire de Palo Santo, la promesa de que a más tardar un año si
las cosas marchaban bien...Nos abrazamos todos y entre lágrimas
partimos.
El
tedio nos acompañó hasta Rosario y a partir de allí, la inercia con
la que se contempla todo lo nuevo o lo urgente.
En
Retiro nos esperaba Mario, hermano mayor de mamá. Su hospitalidad
fue casi oriental; la austeridad en el trato y un mal humor que nunca
se molestó en disimular, no fueron razones suficientes para no tener
de él otra impresión que la de un buen hombre.
“La
Puerta Del Sol” era una optimista casa de comidas en Palermo Viejo,
cuyas empanadas criollas constituían una verdadera obra de culto; en
cuanto papá contribuyó en la cocina de las devociones, nos mudamos
a un hotel que si bien no era el palacio de Nabucodonosor, había
entre ellos cierto aire de contemporaneidad.
Todo
sucedía en una forma vertiginosa y favorable; y así se lo hicimos
saber a mamá mediante una carta que no tardó en responder y en la
que intentaba convencernos de que ella también se encontraba bien,
salvo por la pequeña Vera, cuyos ojos conservaban aún la tristeza
de la despedida... En una segunda o tercer carta, mamá comenzó a
darnos a entender que no estaría dispuesta a enrocar el sereno
brillo de las estrellas de Palo Santo por el crepitar de los neones
de Buenos Aires; ni a negociar sus siestas y pacientes ocasos por el
rumor obstinado de una ciudad que nunca duerme.
Fue
entonces que papá entendió que el nuestro había sido un viaje de
ida solamente. Ya el Nabucodonosor la aguardaría en vano; ya Palermo
se aprestaría lujurioso a enamorarlo con las damas de sus bares; a
albergarlo en sus calles y bajo sus cielos; a perdonarle todos
los pecados y desaires humanos y a consentirle la noche... En cuanto
a mí, sentía partírseme la vida como el hielo delgado.
Dos
años pasaron a la velocidad de uno. La idea de iniciar mis estudios
secundarios en Palo Santo había hecho nido en mis pensamientos; más,
cuando ésos pensamientos ya eran una decisión, nos llegó desde el
pueblo una noticia que nos congeló el alma: un fuego en la madrugada
había acabado con la casa y la vida de mamá y la pequeña Vera;
también con la del tío Osvaldo... Nadie supo cómo se inició; todo
el pueblo se fundió en la confusión. Pero las cenizas eran
certeras.
Papá
me dio la noticia sentado en el borde de su cama y con la mirada
extraviada en el empapelado floreado; las manos sobre su cabeza
bajaron lentamente hasta cubrir sus ojos, permaneciendo así un largo
rato. Una penumbra rembrandtesca se había apoderado del cuarto y de
nuestro ánimo; como un residente sombrío, el terrible sentimiento
de la culpa le había ganado el alma. Jamás volví a ver a un
hombre llorar con tanto desgarro.
Hubo
noches en que el reproche devoró sus silencios y madrugadas
anárquicas que dinamitaron sus temores; así fue que decidió dejar
todo el asunto en manos del alcohol. Yo, menos pragmático, comencé
a cuestionarme nociones de orden religioso, verbigracia: si no es
éste un Universo piloto, un gran simulacro cósmico en el que Dios
está ensayando su divinidad... Hay muchas, demasiadas cosas sin
explicación…
Cierta
noche tuve el siguiente sueño: " Un hombre muy viejo pero de
aspecto jovial, de ojos grises intensificados hasta un azul
crepuscular, me negaba la posibilidad de viajar a través del tiempo
y cambiar los hechos; sin embargo, se ofrecía a distraer por un
instante al guardián del Gran Libro que contiene todos los recuerdos
de los niños, para permitirme volver a la tarde de la despedida en
Palo Santo, y quedarme con la página de aquel abrazo". Cuando
desperté en la mañana ya no me dolía el alma, ni le temía a la
oscuridad ni a quedarme solo. Y había una lágrima dulce en
mis labios y un "relámpago triste" en mis ojos que ahora,
miraban como los de un hombre.
Los
días ulteriores encapsularon la realidad. Los tiempos libres los
consagré al estudio que concilia al arte con mi pasión por los
animales: la taxidermia. Terminé el secundario y ensayé un
terciario, pero papá enfermó y tuve que ayudarlo en la cocina de
la "mística” casa de comidas; fue entonces, cambiar un
uniforme por otro. Mas, cuando los días se parecían a una postal
del purgatorio y se enredaban los otoños en mis rodillas, y
arrastraba todo ese tedio hacia un cadalso lunático, mi vida se puso
de pie para recibir ésa extraordinaria noticia que de boca en boca
recorre el Universo; ésa gran razón por la cual decidimos traspasar
el umbral divino y nacer: el amor.
Silvia
me rescató cuando el año aún es joven; era rubia, de rasgos finos
y mirada pacífica. De una ternura casi pueril, su voz y sus
silencios pertenecían al rumor de los acantilados.
Nos
gustaba caminar los días en que el viento, de mal carácter, nos
vedaba el paseo sólo porque interrumpíamos sus ráfagas con
nuestros besos. Nos tatuamos el alma con la misma tinta que usan
sabios y poetas en sus artes y por supuesto, nos juramos amor
eterno...
Siete
años tardó mi estupidez en arruinarlo todo: mi imbecilidad la
provocó hasta el abandono. Nos habíamos amado tan dolorosamente que
luego de presenciar su irremediable ausencia, volví al fango
escéptico a mirar desde allí mi vida, de la misma forma en que un
ateo disfrutaría de un acto de magia.
Recuerdo
que Dante al quedarse sin Beatriz halló consolación en la "donna
gentil": la filosofía; yo, inmensamente menos noble en mi
actitud, me dediqué al estudio de la fisonomía femenina,
recorriendo ésa clase de bares que existen en todas partes. Encontré
un rápido reparo en los brazos de Laura, un ángel de rasgos
aindiados y ondulado castaño claro. Era cinco o seis años menor que
yo. Sostuvimos desde el primer momento un acuerdo implícito que
vedaba las preguntas sobre sendos pasados; ya por improbable, ya por
no importar... Sólo conjugábamos el presente perfecto.
A
veces, después del propicio cruce de nuestros cuerpos, me dejaba
asomar a su mundo a través de sus inacabables ojos; ella pensaba que
todos, sin excepción, en algún momento de nuestras vidas, en algún
sentido nos prostituíamos o manteníamos una estrecha relación con
dicho arte; no necesariamente de forma carnal, no en el sentido
taxativo: una jueza corrupta no es una prostituta, pero sostiene un
parentesco directo... Así, me fue convirtiendo en un habitué de sus
caricias y en cada noche al azar que la visité, pareció estar
esperándome.
La
salud de papá empeoró y me tuve que ocupar de las gestas milagrosas
de la cocina en "La Puerta del Sol"; había días en las
que apenas si podía levantarse de la cama. Yo escuché pacientemente
los diagnósticos de los médicos, pero las verdaderas
dolencias que afligían a mi padre, las conocía yo únicamente:
él no pudo superar nunca la tragedia que nos dejó sin mamá y la
pequeña Vera; la pena provocó un tumor culposo en su alma y su
conciencia; luego, no supo hallar jamás un lugar en ésta ciudad:
Buenos Aires le fue insondable desde un principio y obstinadamente
indiferente, lo que laceró como una úlcera, su espíritu
provinciano.
Finalmente,
una mujer que había despertado un poco de amor en él, lo abandonó
a causa de sus estrechas relaciones con la bebida, perpetrando en su
corazón una cirrosis terminal.
Una tarde de Junio, Dios decidió
que había llegado el momento de darle a conocer a mi papá El Gran
Secreto; entonces, no hubo ya más misterios para él y yo, me quedé
solo. Solo como no había estado nunca ni me había sentido jamás;
solo en la pobreza cosmopolita de las calles de una ciudad
malhablada; interrumpiendo la incoherencia de sus
esquinas; solo en la insolente soledad de mis silencios.
Fueron
aquellos días, ecos de asombros y preguntas; me asomé a algunos
libros en los que descubrí el tiempo circular, y que me
dejaron en la puerta de unas vagas reflexiones: Si toda vida
es, singularmente un viaje, todo debe tener su conclusión de manera
natural y en el origen mismo del vertiginoso periplo; desatendiendo
cualquier capricho temporal. Nada debe quedar abierto ni librado al
azar, pues éste es a su vez esquivo y propende a que el hombre
equivoque su sino... Todo esto albergó la idea de volver a Palo
Santo a cerrar el círculo que había empezado (supuestamente) a
dibujarse el día de la partida.
Cierta
noche, que no me hará el favor de borrarse mientras viva, juzgué
impostergable la compañía de Laura, mi amante filosófica; así que
me encaminé hacia "El Refugio" (así habían
acertado en nombrar al lugar).
"-
No trabaja más acá -" me dijeron al llegar, y me invadió la
misma sensación que se tiene al terminar un buen libro. Para mi
suerte, una leal compañera se acercó y en voz muy baja me
dijo:
"-
Laura se abrió su propio local, acá tenés -" y me extendió
un papel con una dirección. Tomé unas copas con ella y me fui.
Provocado
por la calidez de la noche, decidí ir caminando. Laura me recibió
en un segundo piso; sirvió whisky y café. Bruscamente le referí lo
ocurrido con mi papá y, lejos de molestarse, dijo en complicidad:
"-
Cuando era muy chica, mi papá nos abandonó...-". Me acomodé
en el sillón vislumbrando la revelación de un secreto. Continuó
así:
"-
Mi mamá no pudo con el alquiler y nos tuvimos que quedar en la casa
de un tío que resultó ser un verdadero hijo de puta. Al poco
tiempo de vivir en su casa, empezó a abusar de mí; mamá no quiso
oírme y descreyó absolutamente de todo. Mi tío era policía… o
algo así, por lo que todos lo respetaban o le temían".
Laura
suspiró, tomó de un sólo trago lo que quedaba de whisky y
luego con ambas manos en el vaso, alzó la mirada y sentenció:
"-
Una noche, la casa se incendió -". Empalidecí. "Mamá y
el tío murieron en el fuego y en la misma habitación, lo que
confirmó mis sospechas de que eran amantes. Yo pude escapar y me
quedé en lo de una vecina que me dijo que era mejor que me creyeran
muerta a mí también, de lo contrario me mandarían a un asilo de
menores. Obviamente nunca encontraron mi cuerpo, pero era un pueblo
en el que nadie anda haciendo demasiadas preguntas".
Teniendo
el estómago a veinte centímetros de la glotis, sentí la urgencia
de irme. Pero antes, presencié el final:
“-Cuando
cumplí los diez años, María mi vecina, me envió a una quinta en
las afueras; allí crecí junto con otras chicas de mi edad. Recibí
poca o ninguna educación y si bien no fui feliz, al menos ya
nadie volvió a abusar de mí. Cuando terminé de crecer, me
adiestraron para ofrecer lo que hoy ofrezco… No tuve niñez ni
santidad, y alguien ahora se está quedando con mi libertad”.
No
recuerdo haber bajado las escaleras y creo que me fui sin saludar.
Aquel pacto sobre silencios de pasados había quedado disuelto como
el azúcar en el café, o el bermellón de un cielo después de una
tormenta. Afuera, una llovizna fue devolviéndome uno a uno los
sentidos; dos cuadras adelante, un árbol me maldijo por el vómito.
Aun tenso pero calmo, visité en ésa cárcel accidental que es la
memoria, cada palabra pronunciada en la horrorosa noche: sentí una
repulsión feroz por el tío Osvaldo, y una inmensa pena por Laura y
la pequeña Vera. Para ellas tampoco fue una opción irse de Palo
Santo.
No
era casual entonces que nos hallásemos encontrado pero ¿por qué
bajo éstas formas y éstos tratos? ¿Qué clase de oprobioso fin nos
tenía reservado el caprichoso círculo? Supuse que las respuestas
las hallaría una vez bajo tierra.
Anduve
con el pulso errante entre las últimas sombras que sortea la noche y
las primeras que regala la alborada. Finalmente, desfallecí en un
banco de Plaza Irlanda; recuerdo que mi último pensamiento (o quizás
el primer sueño) fue el de ir a Palo Santo a cerrar el inefable
círculo.
Cuando
desperté, me hallé envuelto en una fiebre, dos días después de
haber cerrado el aserradero.
Felicitaciones Daniel!!!! ver este blog y volver a leer este cuento me dió mucha alegría! Un abrazo
ResponderEliminarSr Daniel Coletta
ResponderEliminarLeí con atención "El círculo de Palo Santo" y me ha parecido magnífico como cuento y como relato. Tiene usted una poderosa manera de retener al lector con atención y cuidado. Ha fijado una trama que todos podemos comprender porque es verosímil, a cualquiera le podrían suceder las cosas que refiere aunque algunos accidentes reyen lo fantástico; pero ¿quién no ha sido testigo de cosas peores?
Ahora, el blog promete ensayos literarios y no hallé ninguno. Sería interesante leer algún estudio crítico sobre algún autor/a u obras.
Cordiales saludos
Alejandro Bovino